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¿Cómo se forman los huracanes y por qué tienen un nombre?

fascinantes de la naturaleza. Aunque para muchos representan destrucción y tragedia, estos sistemas cumplen un papel esencial en el equilibrio climático del planeta: son el mecanismo natural que utiliza la Tierra para transportar el exceso de energía desde las regiones tropicales hacia las zonas más frías.

Desde la perspectiva de un satélite, un huracán se observa como un inmenso remolino de nubes en espiral que gira con una fuerza impresionante sobre la superficie marina.

Sus vientos pueden superar las 74 millas por hora, equivalentes a más de 119 kilómetros por hora, desplazándose miles de kilómetros hasta perder fuerza al tocar tierra o morir sobre aguas más frías.

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¿Qué es un huracán y cómo se forma?

Un huracán pertenece a la familia de los ciclones tropicales. Cuando la nubosidad y los vientos se organizan en circulación espiral alrededor de un centro de baja presión, acompañados de tormentas eléctricas concéntricas, se ha formado un ciclón tropical.

Este fenómeno puede clasificarse en tres etapas: depresión tropical, tormenta tropical y huracán. Si los vientos no superan las 38 millas por hora, el sistema se denomina depresión tropical.

Cuando los vientos aumentan entre 39 y 73 millas por hora, se convierte en tormenta tropical, momento en que recibe su nombre oficial, que lo acompañará hasta su disipación. Al alcanzar vientos de 74 millas por hora o más, con un ojo claramente definido, el ciclón se transforma en huracán.

¿Por qué los hurcanes llevan nombres?

La Organización Meteorológica Mundial (OMM), con sede en Ginebra, es la entidad responsable de asignar los nombres a los huracanes. La lista del Atlántico contiene 21 nombres, masculinos y femeninos, que se alternan anualmente y se repiten cada seis años.

Si un huracán resulta particularmente devastador o causa una gran cantidad de muertes, su nombre se retira de manera permanente como muestra de respeto y memoria. En el océano Pacífico, el proceso es similar, aunque se utilizan 24 nombres por temporada.

Cuando se forma una nueva tormenta, los meteorólogos simplemente siguen el orden de la lista preestablecida. De esa manera, si el tercer ciclón fue “Chantal”, el siguiente será “Dorian”, y así sucesivamente.

El origen de esta práctica tiene raíces históricas curiosas. En el siglo XIX y principios del XX, en el Caribe era común nombrar las tormentas con el nombre del santo del día en que ocurrían. Así, el huracán que azotó Puerto Rico en 1825 fue llamado “Santa Ana”, y el de 1928, “San Felipe”.

Más tarde, el meteorólogo australiano Clement Wragge introdujo la idea de usar nombres propios para designar los ciclones, primero utilizando letras del alfabeto y luego nombres mitológicos o incluso de políticos con los que no simpatizaba.

Su iniciativa se convirtió en una referencia mundial y, décadas después, sería adoptada oficialmente.

En 1953, Estados Unidos comenzó a nombrar los huracanes con nombres femeninos. Esta práctica se mantuvo hasta 1978, cuando se decidió alternar nombres masculinos y femeninos para equilibrar las designaciones.

Desde entonces, la OMM y el Servicio Meteorológico de los Estados Unidos mantienen listas que combinan ambos géneros, una tradición que continúa vigente.

Curiosamente, un estudio realizado en 2014 por científicos de la Universidad de Illinois reveló que los huracanes con nombres femeninos causaban más muertes que los masculinos, no por su fuerza, sino porque las personas tendían a subestimar su peligrosidad, relajando las medidas de precaución.

El hallazgo sirvió de lección para recordar que la intensidad de un huracán no depende de su nombre, sino de su categoría y su trayectoria.

Pero más allá de su nombre o su origen, los huracanes dejan tras de sí una secuela profunda y duradera. Sus vientos, lluvias y marejadas provocan daños devastadores en viviendas, infraestructuras y ecosistemas. Las ráfagas derriban árboles y postes eléctricos, destruyen carreteras, puentes y sistemas de comunicación.

Las lluvias torrenciales ocasionan inundaciones y deslizamientos de tierra, arrasando comunidades enteras. Las olas de tormenta, capaces de elevar el nivel del mar varios metros, pueden borrar del mapa pueblos costeros.

El impacto humano es igualmente severo: pérdidas de vidas, desplazamientos forzados, interrupción de servicios básicos, daños psicológicos y retroceso económico. En países con economías frágiles, un solo huracán puede borrar años de desarrollo en cuestión de horas.

Los efectos económicos suelen ser multimillonarios. En México, por ejemplo, el huracán de 1959 uno de los más destructivos del Pacífico— dejó más de mil muertos y arrasó con la costa de Colima y Jalisco.

En 1997, Pauline golpeó Guerrero y Oaxaca, dejando medio millar de víctimas y cuantiosas pérdidas materiales. Más recientemente, el huracán Otis, en 2023, impactó de forma inesperada la ciudad de Acapulco con categoría 5, convirtiéndose en el huracán más costoso en la historia moderna del país.

A lo largo del Pacífico, fenómenos como Tara (1961), Patricia (2015) y Enrique (2021) también marcaron capítulos trágicos de la meteorología contemporánea.

En el ámbito global, los países más golpeados por los huracanes tanto en el Atlántico como en el Pacífico son aquellos situados en el cinturón tropical. México, Filipinas, Japón, República Dominicana, Haití y Estados Unidos figuran entre los más vulnerables.

En el Caribe, los huracanes han sido responsables de innumerables tragedias humanas y pérdidas materiales, afectando directamente a millones de personas.

En República Dominicana, por ejemplo, eventos como David (1979), Georges (1998) o María (2017) aún permanecen en la memoria colectiva.

El paso de un huracán deja heridas visibles e invisibles. Más allá de las pérdidas materiales, las comunidades deben enfrentarse a la reconstrucción emocional, económica y social.

El agua contaminada, las enfermedades, la falta de alimentos y la destrucción de los medios de vida suelen prolongar la crisis mucho después de que el fenómeno haya desaparecido de los titulares.

Sin embargo, también dejan lecciones: fortalecen los sistemas de alerta temprana, mejoran los planes de evacuación y fomentan una cultura de prevención ante desastres naturales.

La temporada ciclónica se repite cada año, y con ella los nombres que pronto escucharemos en los informes meteorológicos.

Pero cada palabra en esa lista representa mucho más que un simple nombre: es una historia potencial de supervivencia, memoria y resiliencia humana frente a la fuerza indomable de la naturaleza.

FUENTE: http://elpulmondelademocracia.com

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